martes, 28 de marzo de 2017

La camisa del hombre feliz


Estaba muy enfermo el Zar. Los médicos de la corte después de haberle reconocido, se reunieron y diagnosticaron que el Zar tenía una enfermedad incurable: el Zar se moría y no había ninguna medicina capaz de curarle.
No contento el Zar con su diagnóstico mandó a sus emisarios que fueran por su reino a buscar a otros médicos o curanderos que pudiesen curar su enfermedad.
Los emisarios de la Corte se extendieron por todo el reino buscando quien era capaz de curar al Zar. Uno a uno, magos y curanderos se presentaron ante el Zar y nadie podía curarlo. Hasta que llegó un mago que dijo que era capaz de curarlo.
- El Zar se puede curar  -dijo- si se pone la camisa de un hombre que sea feliz.
- Eso es fácil  -dijeron los servidores del Zar.
Por lo que todos los emisarios empezaron a buscar entre los cortesanos a un hombre que fuera feliz.

* * * *
- ¿Eres feliz?
- No, no soy feliz.
- Pero ¿cómo no puedes ser tu feliz si tienes un palacio y sirvientes fieles que te sirven?
- Ya pero no tengo hijos que hereden todo cuanto es mío y quisiera tenerlos.

* * * *
- ¿Eres feliz?
- No, no soy feliz.
- Pero ¿cómo no puedes ser tu feliz si tienes una mujer y unos hijos, un palacio y unos sirvientes fieles que te atienden?
- Ya pero me gustaría poder montar en mi caballo como cuando era joven, pero las piernas y mis huesos me fallan y no puedo...

* * * *

- ¿Eres feliz?
- No, no soy feliz.
- Pero ¿cómo no puedes ser tu feliz si eres joven y tienes riquezas?
- Ya pero la mujer a la que quiero está enamorada de otro hombre.

* * * *

- ¿Eres feliz?
- No, no soy feliz.
- Pero ¿Cómo no puedes ser tu feliz si tienes una bella mujer que te quiere, eres joven, eres rico, estás sano...?
- Ya pero me gustaría vivir lejos de la corte. No me gusta este tipo de vida y mi mujer no está de acuerdo conmigo.

* * * *

Así  preguntando a todos los cortesanos, pero ninguno era feliz.
Salieron los pregoneros a la ciudad:
- De parte de su Majestad el Zar se busca a un hombre que sea feliz.
- El hombre que sea feliz, que se presente en el Palacio del Zar.
Recorrieron todos los rincones pero no se presentó ninguno.
Fueron por los pueblos y las aldeas, todos con el mismo propósito: buscar al hombre feliz. Pero ninguno se presentó.

* * * *

Uno de los emisarios cansado de recorrer las aldeas, empezó a buscar por los campos.
Recorrió las vegas de los ríos, recorrió las praderas, subió a los montes y bajó por sus laderas. Fatigado, cansado y apesadumbrado de no haber logrado su propósito  y ver que su esfuerzo había sido inútil, bajó de su caballo y se recostó sobre la fresca hierba  de una cuneta a la orilla del camino para descansar.
Los ojos del fiel servidor se fueron cerrando poco a poco, hasta que se fue quedando dormido.
Cuando despertó, oyó una voz:
- Soy feliz, soy feliz.
El hombre pensó que era un sueño, no podía creer lo que había oído. Se levantó deprisa, de un solo salto. Miró a su alrededor y no vio a nadie; únicamente había una cabaña a lo lejos, en la ladera de un monte. Se acercó hacia ella, empujó la puerta y en el fondo vio a un hombre vestido con un pellico de pastor:
- Pase buen hombre. Pase y siéntese un rato. Coma un poco de queso de mis cabras y beba un poco de vino, que veo que está cansado y necesita reponerse.
El emisario no podía creer lo que estaba viendo. La voz no podía ser de aquel hombre.
- ¿Qué le trae por aquí?  -preguntó el pastor.
- Pues estoy buscando a un hombre que sea feliz.
- Aquí tiene al hombre que está buscando, yo soy feliz.
- Pero ¿cómo puede ser feliz aquí?.
- Mire usted, gracias a Dios como bien, me sienta bien la comida que como. Tengo mi cabaña, mis cabras que me dan leche y hago queso, cojo miel, avellanas, nueces y frutas del bosque y tengo lo suficiente para vivir con los 4 o 5 cabritillos que me proporcionan las cabras a lo largo del año . Tampoco paso frío. Tengo todo cuanto necesito ¿Qué más puedo pedir?.
El emisario, convencido de que le decía la verdad se abalanzó sobre él para quitarle su camisa.
Pero ¡oh! ¡maldición !. El hombre feliz era tan pobre que ni siquiera tenía camisa.

(Cuento adaptado por Delia Gato)

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